Aunque es norma de cortesía no iniciar la respuesta a una pregunta con la misma pregunta, me voy a permitir comenzar así.

¿Por qué no les decimos a nuestros niños “no”?

Como profesora de Educación Infantil con una larga trayectoria en las aulas, me estoy encontrando cada vez más a niños que se frustran ante negativas poco relevantes, que lloran y no saben el porqué, que todo lo quieren aquí y ahora, que no tienen límites ni un referente claro de quién debe ponérselo, y lo que es peor, el motivo de estos límites.

Mi experiencia como maestra de Educación Infantil y como madre de niños de corta edad me hace pensar que los niños no están acostumbrados a recibir un “no” por respuesta.

La cada vez más complicada vida laboral de los padres hace que el tiempo que dedicamos a nuestros hijos sea de peor calidad. En ocasiones lo que buscamos es que no molesten demasiado, o que se acuesten pronto porque debemos seguir trabajando en aquello que no hemos podido terminar en nuestra jornada.

Poner límites a los hijos es una carrera de fondo larga y cansada, y en la mayoría de las veces no se gana a la primera.

Como maestra, aconsejo a los padres de  mis alumnos que nunca tengan miedo a decir que “no” a los niños. No les van a querer menos por eso, ni serán peores padres; no deben culparse por “provocar” sus rabietas en los sitios más inoportunos cuando no les permiten hacer lo que les apetece. Lo único que estamos haciendo es educar con todo el amor del mundo a nuestros hijos: en palabras de don Bosco, ideólogo del Sistema Preventivo, educar es cosa del corazón.

No debemos esperar que la labor de limitar, acompañar y orientar tenga frutos inmediatos. Antes bien, docentes y padres estamos anclando las bases para un futuro, educando a nuestros alumnos e hijos para que se desarrollen en una sociedad cada vez más competitiva y de la que recibirán varias negativas por respuesta.

En definitiva, lo que trato de rescatar y señalar  a padres y madres, y a mí misma en primera persona, es la urgencia de desarrollar en nuestros niños la capacidad de resiliencia, de adaptarse a las distintas situaciones que la vida les presente. 

Lo que quiero de mis alumnos es que sean capaces de alegrarse ante un éxito, pero sobre todo, de sobreponerse al fracaso.

Noemí Rueda Granda

Maestra de Educación Infantil

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